Iglesia de Barrio de la Puente - 1773 |
Muy de mañana ya estaba preparado el carro tirado por vacas que nos debía transportar vereda abajo del río Vallegordo, un viejo camino de tierra que a su derecha estaba adornado con altos chopos y verdes salgueiros creciendo sin control a la orilla de los prados, mientras que a su izquierda los brezos, urces y escobas del bajo monte trazaban un contraste de llamativos colores. Apenas nueve kilómetros de lento caminar al ritmo pausado de las bestias, demoraban tres o cuatro horas hasta llegar a la única entrada y salida del valle, donde confluía nuestro pequeño río truchero de aguas cristalinas, con el río Omaña, que nacía en la Sierra de Gistredo, al pie del Tambarón y que, además de ceder su nombre a la comarca, en tiempos de los romanos ya era conocido como fuente de dorada riqueza para los bateadores de oro que buscaban el preciado metal.
Como una especie de puerta hacia una civilización más avanzada, dejamos atrás nuestro querido Valle Gordo y cruzamos el exiguo puente sobre el río Omaña, construido a base de cemento y piedra a principios del siglo XX por Don Manuel Rodríguez, dueño por aquel entonces de los almacenes Rodríguez, en la calle Serrano de Madrid, para llegar a la Venta de Aguasmestas.
Venta de Aguasmestas 1958 - Foto por Virgilio |
En la Venta de Aguasmestas –donde se mezclan las aguas de los dos ríos- se reunían antiguamente los hombres libres del Concejo de Omaña para tratar asuntos relacionados con el gobierno de la comarca, pero por aquellas fechas de mi primer viaje, la Venta se limitaba solo a ejercer de mesón y parada discrecional para el autocar de línea de la Empresa Fernández que unía León con Villablino. Así que, después de tomar algún tentempié y calentarnos al fuego de la Venta, esperamos tranquilamente a que llegara nuestro próximo transporte, que aún tardaría algunas horas en pasar por allí.
Autocar de la Empresa Fernández, León |
Creo que la mayor parte del viaje la hice durmiendo, y aunque es posible que me sobresaltara al detenernos en Sahagún, Paredes de Nava, Palencia, Venta de Baños, Valladolid, Medina del Campo, Arévalo o Ávila… ahora no estoy muy seguro de ello. El caso es que ya de amanecida, a eso de las ocho de la mañana, llegamos a la Estación del Norte de Madrid, donde seguía haciendo mucho frío, y por el camino a mi primera casa a bordo de un flamante taxi de la capital,
Taxi de Madrid años 50 |
Era el primer viaje de mi vida.
Con los años, he recorrido medio mundo viajando, unas veces por placer y otras por trabajo. En ocasiones he disfrutado confortablemente del viaje y otras veces he sufrido algunas calamidades, pero siempre me ha guiado la necesidad de conocer nuevos sitios y nuevas gentes. Es cierto que por norma solemos olvidar los malos momentos, pero lo que nos queda siempre grabado en el recuerdo de tantos viajes son aquellos instantes, a veces fugaces, que nos hicieron sentirnos felices, tal vez contemplando la majestuosidad de una puesta de sol, la transparencia de un cielo nocturno repleto de estrellas o un esplendoroso amanecer en compañía de un ser querido. En mi primer viaje no pude disfrutar de estas sensaciones, sin embargo, no he vuelto jamás a sentirme tan protegido y mimado como entonces.
Por cierto, hablando de recuerdos, acabo de darme cuenta que este fue, en realidad, mi segundo viaje, no el primero. El primer viaje lo realicé, posiblemente, unos dos meses antes, exactamente por el mismo trayecto, pero en sentido contrario y, aunque parezca mentira, aún de forma más confortable, pues en esta ocasión utilicé como vehículo de transporte el vientre de mi madre. Es curioso, pero de este viaje de ida, no recuerdo absolutamente nada de nada... serán los años.
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