mirada

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martes, 21 de septiembre de 2010

El sueño de Apple

Mi nuevo MacBook Pro
Hace ya mucho tiempo, (más de un cuarto de siglo) que vi por primera vez un ordenador personal Apple.  Estaba colocado encima de una mesa en un stand del SIMO, rodeado por multitud de curiosos a los que no dejaban acercarse para tocar la única unidad que se hallaba expuesta como si fuera la joya de la corona. Tres años atrás IBM había revolucionado el mercado informático lanzando su IBM 5150, el primer ordenador personal que fue conocido como IBM PC, y del que se derivó para la posteridad el concepto de ordenador personal (Personal  Computer) y las siglas PC que han servido para referirse a cualquier ordenador personal compatible con el de IBM en un principio, y más tarde definir a todos los ordenadores domésticos y de oficina, tanto fijos como portátiles.

Aquel Apple II, con teclado incorporado y monitor opcional, diseñado por Steve Wozniak, era un sueño inalcanzable para mí, lo mismo  que el IBM PC, pero algo diferente, porque mientras al IBM lo veía como un ordenador exclusivamente destinado a trabajos de oficina, el Apple lo sentía más cercano a mis intereses informáticos que, por entonces, se reducían a la programación de aplicaciones para uso personal y al placer de disponer de una máquina en la vanguardia de la tecnología.

Mientras que el gigante IBM tuvo un éxito sin precedentes, Apple no consiguió llegar al gran mercado de consumo y estuvo durante  años sumergido casi en el ostracismo, limitado a la utilización de software educativo, el proceso de textos y la hoja de cálculo VisiCalc (de la que derivarían todas las demás).  Mientras pasaba el tiempo, en otro deslumbrante SIMO, volví  sentir aquella necesidad de poseer un Apple  cuando pude acercarme al famoso Macintosh, contemplar su pequeña pantalla en blanco y negro, sus tipos de texto tan diferentes, su ratón y su teclado. Comprendí que había nacido una rara especie de nuevo ordenador y que para siempre iba a estar alejado de mí, por su arquitectura cerrada, que no permitía intervenir en posibles y futuras mejoras, al contrario de lo que ocurría con IBM y sus clones. Además, seguía siendo económicamente prohibitivo para las economías modestas.

Me tuve que conformar con otro tipo de ordenadores, como el Commodore 64, muy popular por aquellas fechas, luego el Amstrad en el que tuve el privilegio de correr la primera versión de Windows lanzada por Microsoft, y posteriormente volcarme en el mundillo de los clónicos, con los que he estado trabajando
de forma regular durante todos estos años, a base de ir actualizando cada poco sus componentes para poder disponer siempre de lo último del mercado.

Ahora, en el mundo de la manzana,  solo existen los Mac, y corren con procesadores de Intel, lo que ha supuesto una importante inyección de tecnología puntera. Esta novedad, junto al elegante y cuidado diseño del que hace gala Apple, apoyado por los incuestionables éxitos de los lanzamientos de sus terminales portátiles, como los iPods, los iPhones y los iPads, ha despertado un mercado ansioso de poseer la calidad que tienen las cosas de Apple y se ha disparado la venta de ordenadores Apple.

Y finalmente, se ha realizado aquel sueño que tuve hace tanto tiempo. Sin embargo,  mi nuevo MacBook Pro no ha tenido más remedio que soportar la humillación de una instalación compartida con Windows 7.

Yo le digo que no esté triste, porque en realidad, ver un Windows corriendo en un Mac es algo mágico que tendría que llenarle de orgullo.

Pero sospecho que no me cree.

Macbook Pro como viene empaquetado

viernes, 17 de septiembre de 2010

Joan Manuel, eres grande

El más grande de todos.

Hoy hemos asistido al estreno del concierto “Hijo de la luz y de la sombra“, basado en poemas de Miguel Hernández interpretado por Joan Manuel Serrat en el teatro de La Zarzuela de Madrid, con ese estilo tan característico de este monstruo de la canción, que consigue emocionarte tocando la fibra más sensible del ser humano con esa voz tan especial, la entonación que imprime a las sublimes letras de los grandes poetas como solo él sabe hacerlo, y haciéndote pasar un rato de felicidad y pasmo cuando te das cuenta que todo el público del teatro está sintiendo lo mismo que tú.

Solo por ver a este mito de la canción salir al escenario entre aplausos que no paran hasta que empieza el acompañamiento musical ya casi merece la pena estar allí, entre tanta sensibilidad repartida por igual entre jovenes y viejos admiradores de Serrat.

A mi lado tenía una señora que ya no cumpliría los 80 y la mujer se levantaba a aplaudir cuando veía a todo el mundo hacerlo, a pesar de que su nieta tenía que ayudarla porque ella sola casi no podía. No sé si la anciana entendería los poemas de Miguel Hernández, pero estaba viendo a Joan Manuel en el escenario y eso ya le bastaba.

Serrat, eres único.